Los mexicanos llaman La Silla del Águila a la Presidencia de la República. Es un apelativo que refleja la casi ilimitada concentración de poder, preeminencia e influencia de la Jefatura del Estado en el sistema político mexicano. Por el contrario, la Presidencia de Coalición Canaria no es nada. Absolutamente nada, salvo un instrumento de ampliación o limitación de poderes ajenos a sí misma. Carece de ningún peso intrínseco y podría llamársele el Taburete del Guirre.
Quizás resulte conveniente recordar lo que ha sido la Presidencia como órgano de dirección de CC. Y fundamentalmente ha sido cualquier cosa salvo un órgano de dirección de CC. En sus orígenes primigenios nadie pensó que Coalición Canaria, como embrión de una federación de partidos, debiera tener una Presidencia. De hecho durante sus primeros años no la tuvo de facto ni tal vez de iure. Un rasgo perfectamente lógico, porque CC no era un partido, sino, primero, un acuerdo parlamentario (el que propició la moción de censura contra Jerónimo Saavedra), luego un Gobierno sostenido por 31 diputados de grupos heterogéneos, después una coalición electoral, y solo más tarde, una federación de partidos con escasísima voluntad de unificación política y organizativa. En ningún caso las bases de los partidos integrantes de CC (los agrupados en AIC, Iniciativa Canaria o Asamblea Majorera) fueron consultadas para impulsar o refrendar la articulación de una coalición político-electoral A una de las fuerzas implicadas, Iniciativa Canaria, le costó incluso un pequeño derrame de afiliados: el sector del PCE que se negó a asumir los acuerdos y enjuagues de José Carlos Mauricio y compañía. Las decisiones básicas se tomaron en 1993 por las respectivas cúpulas de los partidos implicados, y así ha seguido haciéndose hasta hoy, con el desgaste progresivo de una federación que apenas merece ese nombre. Coalición Canaria es una organización política con una dirección fuertemente oligarquizada desde sus mismos orígenes –un modelo oligárquico blindado por sus propios estatutos — y cuya selección de personal político, tanto en lo que se refiere a sus delegados congresuales como a los militantes que integran los órganos de representación internos funciona a través de mecanismos de cooptación descaradamente evidentes. Después de casi veinte años de historia –los casi veinte años que lleva gobernando la Comunidad autonómica, solo o en compañía de PP o PSOE – el modelo de organización interna de CC se ha osificado y cada vez se proyecta con mayor nitidez una contradicción creciente. Por un lado una militancia cada vez más harta de su condición de extras en las (malas) películas congresuales; por otro, unos dirigentes apoltronados hace lustros, a veces hace décadas, en los cargos institucionales, y que terminan dirimiendo los equilibrios de poder internos en negociaciones y acuerdos alérgicos al debate público, a la discusión real y comprometida en el seno del propio partido y que, por tanto, cada vez muestran menos intereses –incluso menos interés operativo – en los debates congresuales y precongresuales. La miseria conceptual, estratégica y hasta gramatical de las tres ponencias que se debatirán en el V Congreso Nacional de Coalición Canaria, el próximo mes de junio, es una inmejorable prueba de la abulia y la negligencia con la que la dirección de la federación nacionalista se enfrenta a su reunión más importante.
No, la Presidencia de Coalición Canaria nunca ha sido importante en sí misma. En ningún caso los dirigentes coalicioneros – los máximos representantes de cada isla en la federación, los menceyes insulares—estarían dispuestos a tolerar a un presidente con una auténtica capacidad ejecutiva. Es algo absolutamente extraño a la propia naturaleza de CC. Como los campesinos dijeron a aquel rey castellano, “uno a uno somos tanto como vos, y todos juntos, más que vos”, y eso se lo pueden decir tanto al presidente de la federación como al jefe del Gobierno. La Presidencia de CC surgió a finales de 1998, cuando se consensuó a Román Rodríguez –extraño consenso nunca plenamente explicado –como candidato presidencial de los nacionalistas en los comicios de 1999. Y surgió como una suerte de satisfacción a Lorenzo Olarte, a la sazón vicepresidente del Gobierno regional, que se había quedado compuesto y sin novia presidencial. Olarte rechazó la oferta. Y no había mucho entusiasmo por parte de nadie, hasta que Paulino Rivero asumió el sacrificio. Por aquel entonces Rivero no era una figura descollante a nivel regional. El presidente del Gobierno era Manuel Hermoso, Román Rodríguez el candidato y Adán Martín le acompañaría en el Ejecutivo como vicepresidente. Como portavoz del grupo parlamentario de CC en el Congreso de los Diputados destacaba un triunfal José Carlos Mauricio. Rivero, en fin, era el portavoz adjunto, pero tomó la Presidencia de Coalición, y fue él quien la llenó de contenido práctico. Rivero hizo con la Presidencia de Coalición exactamente lo mismo que lo que hizo con la secretaria general de ATI desde finales de los años ochenta: mientras otros se ocupaban de la gestión, las fotos y las declaraciones mayeúticas, el diputado y alcalde de El Sauzal se entregó a una incansable labor de fontanería política en todo el Archipiélago, recorriendo isla a isla y municipio a municipio, intermediando en dificultades y atascos, engrasando maquinarias electorales, disolviendo conflictos y desconfianzas. Al cabo de tres años ningún político de CC conocía tan bien las fortalezas y debilidades, las ambiciones y las traiciones, las potencialidades y las miserias que albergaba CC como él. Llenó, por tanto, de contenido estratégico y táctico la Presidencia de CC y la convirtió en su principal capital político para los años venideros. Cuando alcanzó finalmente la Presidencia del Gobierno, tras las elecciones de 2007, encontró en el conejero José Torres Stinga a un sucesor en la Presidencia de CC de toda confianza.
Torres Stinga en ningún momento ejerció como presidente de CC, salvo a efectos puramente formales. Se asemejaba más a un taquimecanógrafo del Gobierno que a un dirigente político con una mínima autonomía. Sin embargo, el acuerdo de majoreros, palmeros y grancanarios que acabó con su Presidencia en el IV Congreso Nacional quiso proyectarse más como un voto de advertencia a Rivero que como un castigo personal. No era nada personal, solo negocios. La elegida, Claudina Morales, aceptó una Presidencia reglamentariamente devaluada, y jamás ha impulsado ninguna iniciativa política propia, en medio de una anomia generalizada de la dirección: el comité ejecutivo apenas se ha reunido formalmente en los últimos tres años y el consejo político nacional (máximo órgano entre congresos) jamás. No se conoce un solo posicionamiento mínimamente solvente de la dirección de CC sobre ningún asunto público, más allá de patéticas notas de prensa escarchadas de obviedades y perezas. Su producción en materia estratégica, programática o ideológica es aproximadamente nula: ni un papel, ni una reflexión, ni un análisis. Absolutamente nada. Y todo esto durante la mayor crisis económica y social que ha padecido el Archipiélago desde la posguerra civil y después de haber sido superados electoralmente por el PSC-PSOE (en 2007) y por el PP (en 2011) en las dos últimas.
Paulino Rivero no ha anunciado que opte por recuperar la Presidencia de CC en el V Congreso. Pero en ningún momento lo ha desmentido. Probablemente se encuentre rumiando y explorando las posibilidades de una candidatura. A tal efecto se han lanzado diversos globos sondas, como la oportunidad de crear una Secretaría General que asuma las “funciones ejecutivas” en la federación nacionalista. Lo que nadie explica es qué funciones ejecutivas serían esas en una organización política cuya dirección presenta una hoja de servicios como la descrita anteriormente. En todo caso la candidatura de Rivero presente riesgos que, con toda seguridad, el presidente del Gobierno no ignora, y que no le conciernen únicamente a él. Presentarse con posibilidades nada remotas de perder le afectaría a Rivero como presidente del Gobierno (cabe imaginar el titular que emitiría el PP al instante: “un presidente al que no quiere ni su propio partido”) pero también a la propia organización (que en su actual estado de extrema debilidad debería consensuar una sucesión presidencial y un cambio es estrategia). Con una dirección ausente, indiferente y sorda ante el debate en los comités locales e insulares, brutalmente despreocupada por los intríngulis de su propio congreso, los resultados de votaciones y debates pueden ser imprevisibles. En realidad a Coalición Canaria, para salir de su engarrotamiento pertinaz, de la ataraxia política y organizativa que sufre, no tendría más remedio que abrir un proceso de democratización interna que entra en colisión, precisamente, con toda su delicada arquitectura interna y con el control oligárquico y territorializado de la federación. No parece una contradicción fácil de superar razonablemente. Y en tres semanas aun peor. El Taburete del Guirre es (y no es) lo de menos.