Después de referirse a la maldad intrínseca del trío mencionado (¿cómo no van a ser malos, si son de derechas y se limitan a seguir las instrucciones de las eléctricas, que eso lo sabe el articulista de muy buena fuente?) llega el primer recurso: el argumento de autoridad. Por supuesto, hay que citar cuando antes a Jeremy Rifkin y esa feliz ocurrencia que tuvo en una conferencia en Gran Canaria, donde afirmó que Canarias «podría ser la Arabia Saudita de las energías alternativas». Rifkin ha sido asesor de los gobiernos de Ángela Merkel y de Nicolás Sarkozy -progresistas con un fisquito más de poder que Soria, Clavijo o Alonso- pero eso resulta irrelevante si dice lo que Fernández Arcila quiere escuchar y quiere repetir. A principios de los noventa Rifkin impulsó una campaña planetaria para fomentar una disminución del 50% de carne de vacuno, porque a su juicio las emisiones de metano de las vacas y bueyes tienen un efecto en el calentamiento global muy superior al del dióxido de carbono producido por la actividad humana, un aserto sumamente discutido y discutible. En su búsqueda de citas el autor rasca hasta el fondo de la olla y es capaz de citar como autoridad al respecto a una figura política tan recordada por su gestión eficaz, su rigor expositivo y su seriedad congénita como Francisco de la Barreda. Un paso más allá y Fernández Arcila estaría abocado a servir de eco a Iker Jiménez y Beatriz Potter.
Lo más interesante, sin embargo, es la aseveración, en ningún momento argumentada, según la cual Canarias podría suministrarse básica y rápidamente con energías alternativas sin mayores problemas tecnológicos y creando miles -incluso decenas de miles- de puestos de trabajo. Si don Pedro me lo permite, a ustedes les interesa y el tiempo no lo impide expondré mañana los reparos -razonables, comprobables, cuantificables- que esta empecinada fantasía se encuentra para abrirse paso en la testaruda realidad.