PSOE

Nueva politiquería

Desde el Gobierno del PP se impulsan campañas en todos los frentes (económico, fiscal, jurídico) que pretenden, y si se mantienen en el tiempo conseguirán, la cristalización de un modelo social y una placenta ideológica que jamás figuraron en ningún programa electoral. Desde la ultramontana ley del aborto al proyecto legislativo de Seguridad Ciudadana, pasando por la estéril reforma laboral y los cínicos retoques al sistema de imposición fiscal, Mariano Rajoy y sus ministros no paran y la degradación democrática  avanza como una tarde de domingo angustiosamente ineltuctble. Ante esta situación disponemos de un partido socialdemócrata huérfano de sí mismo y unas izquierdas alucinadas con ensueños de procesos constituyentes, nacionalizaciones a batiburrillo, referéndum para la abolición de la monarquía y otros camafeos de retórica adolescente. En todas las encuestas electorales queda demostrado que el suelo de votantes del PP resiste y que el voto de izquierda y centroizquierda no crece apreciablemente, sino que se fragmenta.
Escucho a las izquierdas (a Podemos, a la CUP,  a la IU que Alberto Garzón quiere ahora matrimoniar con quien tenga el progresismo más grande) y me siento trasladado a los pocos segundos a la calle Heraclio Sánchez en los años ochenta. Entre otras cosas porque estas izquierdas – como el propio PSOE – carece de auténtico programa político, está instalada en la fantasía de representar a la mayoría por ser quienes son (y punto) y participan únicamente de una ética de la convicción y jamás de una ética de la responsabilidad. Debatir no es exponer ardientemente lo que uno cree, sino admitir y metabolizar el diálogo con aquellos que no comparten tus creencias. Así que el refugio predilecto consiste en la denuncia y a menudo la denuncia no toma en cuenta la evidencia, los datos, el conocimiento acumulado. Uno de sus objetivos predilectos es consolidar la imagen de un sistema en el que conservadurismo y socialdemocracia son vasos comunicantes y que cualquier reformismo significa hipócrita pecado mortal. Una vez más lo escucho cuando se acusa a los socialdemócratas de votar a Jean-Claude Juncker presidente de la Comisión Europea. Miren, miren, votando a un conservador, los muy fementidos. Se olvida que se pactó que para la designación del sucesor de Joao Durao Barroso se atendería a los resultados electorales y que el 25 de marzó ganó la derecha. Se olvidan que sin pactos continuos entre conservadores, liberales y socialdemócratas – en los que, como en cualquier otra cámara, se negocian partidas, programas y cargos – la Unión Europea no hubiera prosperado política, económica y parlamentariamente. Más aun: sin ese consenso, necesariamente criticable, la Unión Europea no  existiría. Pero lo importante es el titular, la foto y el engaño. No sé a que me suena eso. Ah, sí. No es a política. Es a politiquería.

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El éxito presente y el futuro problemático de Podemos

En mi colegio electoral, abierto en pleno centro de Santa Cruz de Tenerife, una zona de apabullante mayoría de familias de clases medias, Podemos fue la segunda fuerza más votada. Estuve un buen rato ahí y no detecté cerca de las urnas a ninguna turba de facinerosos con la hoz y el martillo entre los dientes. En Canarias Podemos consiguió el cuarto puesto en las elecciones al Parlamento Europeo, el pasado 25 de marzo, con 62.371 votos y un 10,99% del total de votos emitidos, aunque es interesante señalar que  casi 40.000 de esos sufragios los recogió en la provincia de Las Palmas, y la mitad de los mismos, en la capital grancanaria. Fueron unos resultados espléndidos, pero en la estupefacción que han generado se han colado lecturas ligeramente distorsionadas. La versión local de esa categoría maldita (el bipartidismo) es, en la jerga habitual de la izquierda isleña, el tripartito, es decir, PP, Coalición Canaria y el PSC-PSOE. Como cabía esperar la trompetería desplegada por la pronunciado desgaste del PP y el PSOE a nivel nacional, que no consiguieron sumar el 50% de los votos, calló en el Archipiélago, donde los tres partidos mayoritarios sufrieron un evidente desgaste, pero sumaron casi 340.000 papeletas, es decir, el 57,79% de los sufragios.  Más significativo aun es la evidencia que las opciones de izquierda no han crecido globalmente en España: solo se ha fragmentado. Y, por supuesto, la escandalosa abstención, que superó el 62% (la más alta del Estado español) no mereció más que un comentario residual. La abstención siempre pasa a ser un asunto menor cuando uno cosecha buenos resultados en las urnas.
Lo más sorprendente es que Podemos – que terminó ganando cinco eurodiputados – no era, en las vísperas del 25 de marzo, absolutamente nada. Espero que no se tome esta consideración como una grosería derogatoria. Simplemente se intenta señalar que Podemos carecía prácticamente de estructura organizativa ni implantación territorial. Sus mismos artífices han admitido que se inscribieron como partido político “por imperativo legal”, es decir, para cumplimentar un trámite normativo que les posibilitase participar en las elecciones. En Tenerife el Círculo Podemos no comenzó tímidamente su actividad hasta el mes de febrero en una cafetería lagunera en la que apenas se solía reunir una quincena de ciudadanos. En estas condiciones es lícito afirmar que Podemos se presentó a los comicios europeos porque eran los únicos a los que, dada su irrelevancia organizativa, podían presentarse razonablemente.
Los proyectos políticos rara vez nacen espontáneamente como champiñones bajo la lluvia de primavera. La épica de una marea de la Historia que irrumpe desde el seno embravecido del pueblo para inundar y destruir los palacios del poder quema las neuronas, pero no calienta ni madura proyectos políticos. Podemos es un inmejorable ejemplo de una iniciativa que toma una reducidísima minoría – en este caso un grupo de profesores de Ciencias Políticas y ciudadanos de intensa militancia en organizaciones de izquierda  y movimientos sociales–  y  cuyo conocimientos empíricos les indica un nicho electoral potencialmente importante.  En su génesis estaban plataformas como Jóvenes Sin Futuro y partidos como Izquierda Anticapitalista cuya dirección articuló discretamente (y a espalda de sus bases) la gestión organizativa de la candidatura. En el núcleo duro figuran,  entre otros, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Miguel Urbán e Iñigo Errejón. Es un proyecto creado verticalmente de arriba abajo aunque refrendado con el apoyo (y la adhesión) de grupos y grupúsculos de entidades y ciudadanos, multiplicados desde la noche del 25 de marzo. Sus dos mayores bazas eran – en gran medida siguen siendo – la popularidad de Pablo Iglesias como figura destacada en tertulias televisivas y un uso dinámico e inteligente de las redes sociales.  Y el nicho de votos en las castigadas clases medias y trabajadoras empobrecidas – cuando no excluidas socialmente – por la recesión económica que ya no confían en el carácter reformista del PSOE, Izquierda Unida se les antoja un partido clásico o consideran, simplemente, que en el vigente sistema político e institucional su situación no puede mejorar, si no ocurre lo contrario.
Confieso mi ignorancia – ampliamente compartida por lo visto – sobre los autores últimos de su programa electoral, que incluye propuestas como jubilación a los sesenta años, nacionalización de grandes empresas y auditoría de la deuda externa entre otros unicornios inofensivos o peligrosos. En esta lista maravillosa de regalos a nosotros mismos  subyace un relato de sencillez catecuménica: unas élites políticas, financieras y empresariales nos han robado lo que es nuestro, lo que nos corresponde, lo que nos merecemos, y no podemos permitirlo. En algunos aspectos (los menos) la música programática suena como un aggiornamiento de la socialdemocracia clásica; en otros (los más) es evidente un heavy metal antiestablishment. Pero su mensaje político-electoral insiste más en lo segundo que en lo primero. Haciendo gala de una brillantez táctica innegable sus dirigentes (y señaladamente Pablo Iglesia) han desideologizado su mensaje básico. Pese a su constatable compromiso profesional e intelectual con opciones de izquierda y revolucionarias dentro y fuera de España Iglesias y sus compañeros de viaje han deseinfectado su lenguaje de retóricas y tics doctrinales para abrir la base electoral de su opción con un éxito bastante rotundo: la mayor parte del voto a Podemos procede del PSOE y de IU, a los que sumaron abstencionistas habituales. No se habla de derechas o izquierdas: el nuevo eje explicativo es el ejemplificado con la expresión “los de arriba y los de abajo”.  La importación de una expresión, la casta, procedente de Italia y popularizada ahí por Beppo Grillo al frente del movimiento Cinco Estrellas, ha gozado de singular fortuna. La casta resulta una expresión vacía de un contenido conceptual preciso, pero con un impacto emocional innegable y lo suficientemente polisémica (o ambigüa) para que todo el mundo vea en ella lo que prefiera. Y esa ambigüedad, en realidad, deviene imprescindible para la expansión de Podemos como oferta política en el mercado electoral español. Lo explicaba muy bien Iglesias cuando, en una reunión política, un joven le pedía que en sus intervenciones televisivas se refiriese sin ambages al capitalismo como un sistema de dominación política y económica de carácter criminal. “Si yo digo eso en la tele”, le replicó pacientemente el profesor de Ciencias Políticas, “el espectador me consideraría un friki…Hay que adaptar el lenguaje para que la gente lo entienda…” Algunos podrán considerar que lo que expone Iglesias es un ejercicio de pedagogía política, pero creo más acertado caracterizarlo como un astuto mecanismo de marketing político y, sobre todo, electoral.
El reto que espera a Podemos en los próximos meses es formidable porque el funcionamiento de un partido asambleario resulta terriblemente complicado, inestable y costoso en término de construcción de acuerdos y mayorías. La experiencia acumulada demuestra que el asamblearismo es un espacio propicio para las escisiones, las rupturas, el descontrol, el aplastamiento de las minorías o la cooptación de voluntades. Iglesias y sus adláteres han ganado el primer asalto: los círculos (o asambleas) les han concedido la potestad de diseñar su modelo organizativo y su congreso fundacional. Lo han podido hacer por dos razones: porque los dirigentes están mejor organizados que las bases y porque están bendecidos por el éxito electoral. Esto último, y su papel de partido nuevo e inocente que no se ha manchado las manos explica, asimismo, que para sus votantes (y no solo) cualquier crítica a Podemos se disuelva en una sonrisa irónica, en una absolución cómplice. La base socioelectoral de Podemos – ha ganado el pasado marzo en distritos de clase trabajadora y media baja y la mayoría de sus votantes tiene menos de cuarenta años – es firme y su recién adquirida fuerza le facilita una política de alianzas electorales amplia y variada: ya no están condenados a cortejar a IU. En 2015 podrían presentarse en Tenerife en listas conjuntas con Sí se puede o en Gran Canaria en solitario. Claro que entonces no bastará con tertulias televisivas, condenas a la casta o promesas justicieras de una renta básica. La contradicción entre un discurso edulcorado y de pulidas aristas “que cualquier persona decente puede compartir” (el doctor Errejón dixit) y las propuestas concretas que dibujan un modelo social que poca o ninguna relación guarda con las socialdemocracias más avanzadas de Europa resultará cada vez más evidente. Y deberán descender a la política cotidiana, municipal y espesa, donde los ángeles y demonios son indiscernibles y demasiado a menudo intercambiables.

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De la urna a la pedrada

La estupefacción de los más conspicuos dirigentes políticos y los tertulianos todólogos en la noche de las elecciones europeas fue un espectáculo inolvidable. Por supuesto que no se descompusieron. Son profesionales más o menos solventes y lo último en descomponerse, precisamente, serán ellos. Tanto el abrupto descenso de los votos de los dos partidos mayoritarios como –sobre todo – la irrupción de Podemos con cinco eurodiputados los dejaron tartamudeando. En vísperas de los comicios, sin embargo, las principales empresas demoscópicas, en sus informes al PP y al PSOE, les concedían entre dos y tres escaños. Podemos es un fenómeno político germinal pero muy atractivo y lo más sorprendente de su victoria es la relativa uniformidad de su apoyo electoral en todo el Estado español. Ha crecido básicamente gracias a votos emigrados del PSOE e Izquierda Unida, pero según el análisis del CIS un 9% de sus votantes había apostado anteriormente por el Partido Popular. Varios cientos de miles de ciudadanos de clase media y media alta le concedieron su confianza a lo que no era por entonces más que una magnífica campaña de marketing alrededor de la labia telegénica de Pablo Iglesias, experto en Gramsci que ha descubierto que la nueva hegemonía se puede construir sibilinamente desde las tertulias de La Sexta.
Este aviso de creciente deslegitimación del sistema político e institucional ha llegado por vía electoral y ha abierto una crisis agónica en el interior PSOE, pero el Gobierno de Mariano Rajoy, el PP y las élites financieras y empresariales del país no han pestañeado. En Canarias tampoco. Es un mal asunto. Porque muy probablemente la próxima advertencia no silbará desde las urnas, sino desde la calle. En estas islas los desempleados de larga duración –aquellos que llevan en el paro más de dos años — ya  rondan los 165.000. En informe presentado por Cáritas recientemente es aterrador: en el año asistieron con alimentos y apoyo sanitario continuo y directo a casi 22.000 personas, aunque la ayuda puntual de la organización llegó a 55.000 canarios. La desnutrición entre niños y ancianos se está convirtiendo en hambre, el cansancio en desesperación, la humillación cotidiana en ira. No es solo una fractura social, como comentó José María Rivero, al borde del precipio de un 30% de isleños abismados en la pobreza y sin la más remota esperanza de liberarse de la misma. Es un síntoma lacerante del fracaso de un país que comienza a no ser viable política y socialmente. Si creen que la gente – decenas y decenas de miles de personas – están dispuestas a transformarse en zombis silenciosamente y para siempre no se sorprendan al recibir el primer mordisco.

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Debate amormado

El debate sostenido ayer por varios candidatos al Parlamento Europeo en el Club La Prensa devino previsiblemente decepcionante y a buen seguro marcará la mediocre tónica dialéctica en los próximos días. Los mejores conocedores de la Eurocámara – Gabriel Mato y Juan Fernando López Aguilar – no hablan de lo que saben mientras los representantes de IU y de UPyD no saben de lo que hablan. Javier Morales, el candidato fantasmagórico de Coalición Canaria, repitió el devocionario de las singularísimas especificidades del Archipiélago, que solo puede ser comparado consigo mismo, como el Dios de Agustín de Hipona. Pese a débiles resistencias ninguno pudo sustraerse a la nacionalización de la discusión política mientras las referencias a Europa, sus políticas e instituciones generalmente fueron vagas, intermitentes y  muy poco propositivas. Para Gabriel Mato todo se ha hecho aceptablemente bien y en España comienza a amanecer. Para López Aguilar la mayoría conservadora en Bruselas y Estrasburgo ha llevado a la UE a su mayor crisis de su historia mientras (se supone) tal desastre pilló a los comisarios y diputados socialdemócratas en el cuarto de baño. Mientras Morales continuaba encerrado en su placenta a salvo del calentamiento global, Elvira Hernández y Miguel Ángel González se dedicaban a afearles el bipartismo al PP y al PSOE. Gente mala, gente regimental, gente bipartidista, puaj.
Socialdemócratas y conservadores llevan más de un cuarto de siglo proclamando su acendrado europeísmo, pero hasta el momento el creciente abstencionismo electoral de los españoles les ha resultado indiferente. Pedagogía política, ninguna, salvo el difuso mensaje de que incorporarse al Mercado Común primero y a la Unión Europea más tarde significaba incorporarse a un futuro de prosperidad económica y calidad democrática destinado a romper definitivamente la tibetanización del país. Treinta años más tarde ese atractivo ha desaparecido, pero mientras las derechas europeas comparten un programa inequívoco las izquierdas ni siquiera proponen convincentemente las reformas institucionales y normativas que urgen a la UE para no seguir prostituyendo hasta la aniquilación sus principios fundadores, combinando eficacia económica y políticas redistributivas. López Aguilar pide más estímulos fiscales “implicando al Banco Central Europeo”, como si se tratara de invitar a Draghi a unas cañas, y Elvira Hernández pide auditorias a los fondos europeos para pasar el rato. Va a ganar la abstención. Pero verán ustedes como en la noche electoral no la felicita nadie.

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La pureza imprudente

Los pibes y pibas de Unión, Progreso y Democracia están poniendo en circulación una proyección electoral realizada a finales de 2011. Con los resultados de los comicios de noviembre de ese año, que proporcionaron una amplia mayoría absoluta al PP, los autores han proyectado una hipótesis suprimiendo las circunscripciones electorales y absteniéndose de aplicar la ley D`Hont. Sin coeficiente corrector y con una única circunscripción nacional casi serían veinte las fuerzas políticas con representación en el Congreso de los Diputados, incluyendo partidos y plataformas tan bizarras como PACMA o Escaños en Blanco. Por supuesto el PP se quedaría muy lejos de la mayoría absoluta y el PSOE obtendría incluso ocho escaños menos. Los grandes beneficiados serían Izquierda Unida y (vaya sorpresa) UPyD.
Este curioso experimento ofrece, según la buena gente de UPyD, el cumplimiento estricto de la máxima democrática “un hombre, un voto”. Me parece que se equivocan: el compromiso democrático del derecho al voto no equivale a que el voto obtenga necesariamente representación y, sobre todo, a que tu voto – y el partido o coalición de tu preferencia – participe ineluctablemente en las tareas de gobierno. Pero más allá de esta estruendosa obviedad, un sistema proporcional puro (como es pomposamente denominado) resulta básicamente la placenta de un sistema político inestable y que muy difícilmente puede responder, con capacidad de diagnóstico y resolución ejecutiva, a los graves problemas estructurales de sociedades complejas instaladas en una crisis permanente. El mismo resultado electorales del PP en 2011 fue excepcional. No se  registraba una mayoría absoluta semejante desde los años ochenta. Si se desarrolla el mismo ejercicio hipotético con los resultados de las elecciones de 2008 el número de fuerzas representadas en el Congreso de los Diputados sería aun mayor y las coaliciones de gobierno – con cuatro, cinco o seis partidos discutiendo hasta la última coma de cualquier proyecto legislativo o acción gubernamental — se convertirían en manicomios buhoneros y fugaces. Italia – incluso después de la reforma electoral pactada entre Berlusoni y el centroizquierda – brilla como un ejemplo muy poco ejemplar. La reforma electoral es necesaria – y en Canarias urgente – pero no para sacrificar la gobernabilidad, sino para mejorarla sin merma del pluralismo político.  A los obsesionados por la reforma electoral como pócima para resolver todos los males, desde la érronea creencia que tienen su exclusivo origen en el olipologio partidista que padecemos, habría que recordarles que la calidad de una democracia depende también de otros muchos factores, desde la efectiva separación de los poderes públicos hasta la corrupción, y que el purismo representativo no representa un instrumento precisamente eficaz para salvaguardarla.

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