Quien inventó el formato del debate sobre el estado de la nación –Felipe González – sabía lo que se hacía. Si se suma a una amplia mayoría absoluta parlamentaria –como las que disfrutó en los años ochenta el expresidente socialista y la que dispone hoy Mariano Rajoy– las peculiaridades reglamentarias del Congreso de los Diputados el jefe del Ejecutivo goza invariablemente de una posición privilegiada. Y así lo han entendido todos los Gobiernos españoles en los últimos treinta años: este debate anual no es una trinchera para los gobernantes, sino una oportunidad táctica para marcar la iniciativa política. Hagan memoria y encontrarán que siempre (con González, Aznar o Rodríguez Zapatero) la oposición acaba por estrellarse, con mayor o menor daño, contra el promontorio presidencial. ¿Por qué iba a ocurrir lo contrario con el señor Rajoy? Bastaba con que obviase por enésima vez la realidad, su responsabilidad ineludible en la catástrofe económica y social que padece el país, y dotado con mayoría absolutísima y un reglamento que lo salvaguarda entre algodones, es exactamente lo que hizo. Que el líder de la oposición – por sorprendente que parezca – sea un señor cuyos glúteos están ahormados por el coche oficial, haya sido ministro y vicepresidente del Gobierno anterior y estrepitoso perdedor de las elecciones generales de 2011 representa, no cabe duda, una ayuda considerable. Si además Pérez Rubalcaba demuestra que el PSOE no tiene un programa político y económico alternativo, todavía mejor. Incluso en la denuncia de la corrupción en la financiación del PP Pérez Rubalcaba fue incapaz de extraer las consecuencias más evidentes o subrayar las contradicciones más escandalosas: hubo que esperar a Cayo Lara para escuchar algo semejante. La mayoría civil detesta a Rajoy, pero Rajoy tiene el poder político; Pérez Rubalcaba ya no tiene absolutamente nada, salvo la capacidad de seguir hundiendo y degradando a su partido.
Toda la tarde escuchando, eso sí, a los que deducen de esta parodia boxística que el bipartidismo ha muerto, que el bipartidismo es la esencia envenenada de todos los males, que el bipartidismo es caca. El sistema parlamentario y electoral español es, en todo caso, un bipartidismo evidentemente imperfecto. Qué curiosa es esta gente que, en ningún momento piensan un segundo en un sistema tan arrolladoramente multipartidista como el italiano y no analizan cómo les ha ido. Italia: en este fin de semana se juega ahí más de nuestro futuro político y económico que en estos días en el Congreso de los Diputados.