Sí se puede

Irrevocablemente él

Alberto Rodríguez es divertido. Y astuto. En realidad no necesita ni un análisis, ni un relato ni una oferta programática. Su principal mercancía electoral es él mismo. O para ser más preciso: el personaje que se ha construido en los últimos siete u ocho años y que –paradójicamente – tiene como principales rasgos la naturalidad y la sinceridad mi niño. Dos muestras de listeza política. Primero, por supuesto, lo de anunciar su candidatura presidencial convocando la unidad de las fuerzas de la izquierda. Lo más asombroso es que sale vivo. Asombroso porque este “potaje de siglas”, como lo llama Rodríguez autóctonamente, se ha visto ampliado por las nuevas siglas del propio exdiputado de Podemos. Un clásico de la tradición antropofágica de la izquierda: abandonar un partido, fundar otro y reclamar más unidad y menos narcisismo. Uno no es de izquierdas de verdad si al menos en una ocasión no ha boicoteado a la izquierda.

Lo segundo es mucho más interesante. Alberto Rodríguez no se presentará al Parlamento por una lista insular, sino por la lista regional. Atención a la maravillosa cháchara: “No me voy a refugiar en ninguna lista insular, y además este es un proyecto nacional”. Me quito el chachorro, como diría el secretario confederal de Atrezzo de Proyecto Drago. Rodríguez no tiene ninguna lista insular en la que atrincherarse. Su casi nonato partido es minúsculo y, como es obvio, carece de cualquier implantación municipal. Su única oportunidad – ciertamente modesta – de conseguir sacar escaño consiste en aprovechar su alto conocimiento en la lista regional, captando sobre todo voto de las islas centrales. Necesita nada menos que 70.000 papeletas para lograrlo.

En el actual contexto político-electoral la decisión de Rodríguez es la de un killer que no tiene absolutamente nada que perder en la tesitura de reventar el espacio de la izquierda en Canarias. Si la cosa le sale mal esperará (o no)  a las elecciones general de finales del próximo año. Pero su decisión aventurera, aventurada y ligeramente mesiánica es también un pulso. El proyecto Drago se ha negado reiteradamente a incorporarse a la mesa de confluencia en la que participan Podemos, Izquierda Unida, Alternativa Sí se Puede, Más País y otras fuerzas menores, que han trabajado en un proyecto de colaboración electoral ya muy avanzado. La excusa que presentaban Rodríguez y sus compañeros es que su organización “era todavía muy reciente y necesitaba tiempo para madurar”. Los negociadores de la confluencia le transmitieron su comprensión, que duró justo hasta descubrir que Héctor Morán – un asesor de Yolanda Díaz que trabaja en Drago con Rodríguez, al que conoció en Madrid – había tenido contactos, en nombre de Alberto, con Nueva Canarias. Más adelante ya fue inútil incluso telefonearle.

 En su momento el Largo no comunicó a sus compañeros canarios que abandonaba Podemos. Tampoco, por supuesto, que se presentaría a las autonómicas. Si llama a su candidatura “irrevocable” es porque supone el precio para sumar fuerzas, la condición previa para sentarse con Podemos y el resto de organizaciones. Si se le admite como candidato presidencial está dispuesto a negociar y humildemente a encabezar un frente progresista y canarista. Pero quien mandaría  – asumiendo un liderazgo e imponiendo una estrategia —  sería necesariamente él. Ahora mismo Alberto Rodríguez no encarna ninguna esperanza para la izquierda canaria en Canarias, sino precisamente un peligro potencial que podría destruir un arduo esfuerzo de unidad y una cuota de representación que ahora mismo está muy comprometida. 

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No la moverán

María José Belda, portavoz (todavía) de Podemos Canarias en el Cabildo de Tenerife, lo ha bordado. Ha conseguido sintetizar todas las opciones y alternativas que en medio de la crisis – más o menos bien silenciada – que vive Podemos puede tomar un cargo público moradísimo. La señora Belda ha decidido, a saber:

a) Abandonar la militancia en Podemos.

b) No abandonar la militancia en Podemos hasta que termine el actual mandato en mayo de 2023.

c) Asegurar que jamás le interesó ocupar cargo público alguno.

d) Ofrecerse para ocupar un cargo público (por ejemplo, consejera del Cabildo de Tenerife) participando en las listas electorales de 2023.

e) Valorar el gran trabajo realizado por Podemos en los últimos años con responsabilidades en numerosos ámbitos políticos.

f) Abandonar Podemos y referirse a la “burocratización” como clave de algo aparentemente innombrable, cuando no incognoscible (bis).

g) Propiciar una gran confluencia de fuerzas de la izquierda transformadora en las próximas elecciones autonómicas y locales que unifiquen y clarifiquen una oferta progresista para las mayorías.

h) No clarificar cuáles serán esas fuerzas que coincidirán en esa confluencia clarificadora.

Afortunadamente la consejera no entró a analizar la gestión de estos casi tres años y medio del Cabildo de Tenerife. Tal vez no lo hizo porque es corresponsable de la misma: sin los tres votos de  Podemos  Pedro Martín no hubiera podido ser presidente de la corporación ni Enrique Arriaga – ese Leonardo da Vinci de la política local – vicepresidente e impresionante como un oficial austrohúngaro.  Se comprende que para Belda escrutar la gestión de Martín y Arriaga, seguros y reaseguros mutuos, sea muy decepcionante. Calificar como “progresista” el cúmulo de desaguisados, torpezas, retrasos, chismorreos, dilaciones, venganzas, cefaleas, gritos y tonterías que han caracterizado a esta pareja de baile – y al gobierno insular peor valorado por los propios funcionarios del Cabildo en los últimos cuarenta años – es francamente difícil. No se diga explicar las razones de Podemos para no exigir jamás el cumplimiento de alguna de sus demandas después de renunciar a ocupar ninguna responsabilidad de gestión. Belda y sus compañeros eligieron la puerilidad de jugar a ser simultáneamente – un hobby muy extendido en su organización – gobierno y oposición. En 2019 Podemos sacó 18.000 votos menos que en 2015.  Todas las encuestas disponibles avanzan que Podemos se quedará en el Cabildo por debajo de los 20.000 votos y, con mucha suerte, puede aspirar a conseguir un solitario consejero.

Por supuesto ese y no otro es el motivo de la anhelada confluencia a la que se refiere Belda y que en Podemos y Sí se Puede se considera inexcusable para no quedar reducidos a una fuerza testimonial o incluso a quedarse fuera de algunas instituciones. Para los promotores del intento – que van intensificando contactos en los últimos meses  — Podemos, Si se Puede, Izquierda Unida, Equo, Más País y el grupo que pretende acaudillar Alberto Rodríguez Mi Niño deben sacrificarse de una vez para presentar en todos sitios listas electorales unitarias. Si es con la chulísima bendición de la compañera Yolanda Díaz mejor. Por eso la gentil Belda tiene un pie dentro y otro fuera. Y paradójicamente de ahí, de estar en dos sitios como mínimo a la vez, no, no la moverán.

 

 

 

 

 

 

 

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Fruslerías Morales

Después de dos años de mandato ya puede aventurarse cual es la estrategia política de Antonio Morales: el insularismo progresista. El presidente del Cabildo de Gran Canaria ha armado un discurso que juega a una suerte de territorialización ideológica: es quien resiste a Tenerife que, además, está gobernada por la derecha o, si se prefiere es el que lidera la  resistencia a la derecha, que mora en Tenerife y a través del control del Gobierno autónomo quiere imponer los crasos intereses que defiende en todas las islas. Con esto se puede ir tirando otros dos años sin mayores problemas. Se adoba este progreinsularismo con un montón de comisiones palabreras y programas rimbombantes – y estériles – sobre las energías sostenibles o el empleo solidario y ya está. Morales, sin embargo, ha tenido un tropiezo, por otra parte, perfectamente pronosticable: Podemos le ha salido rana. Podemos se equivocó, ciertamente, y la razón correspondía al presidente. Pero la ruptura ya es insuperable. De hecho, en el plazo de quince días, el presidente pasó de ser el compañero Morales a un diabólico representante de las fuerzas más retrógradas que jamás se arrastraron por Gran Canaria.
El problema es que el tripartito deviene prácticamente irrepetible con los únicos votos de NC y el PSOE. Si las urnas confirman en 2019, con ligeras variaciones, la actual correlación de fuerzas, Antonio Molares tendría muy difícil repetir como presidente. Por eso ha mimado a  Juan Manuel Brito, que una vez expulsado de Podemos –donde pusieron precio a su cabeza desde antes de tomar posesión: cosas de Meri Pita y sus odios sarracenos — quiere convertirse en la franquicia de Sí se Puede en Gran Canaria. Brito trata a Morales como al Papá Pitufo de la izquierda grancanaria y le consulta con piedad filial sus movimientos.
— Con Podemos no se puede ir a ningún lado.
— Está en riesgo la continuidad de un gobierno de izquierda.
— Si puedo voy a  montar  aquí Sí se puede.
–Soy de la misma pitufopinión.
Ahora el Partido Popular – la única oposición real en el Cabildo, porque Bravo de Laguna se limita a elegir chalecos y ofertas políticas  — ha revelado que  una modificación de crédito que figura en el orden del día del próximo pleno está destinada a concederle una subvención directa de 45.000 euros al Grupo de Estudios sobre Movimientos Sociales, una entidad más o menos cabalística entre cuyos fundadores está Juan Manuel Brito, que a su vez figura desde junio como coordinador de actividades (sic). Como bien han recordado los conservadores,  otra asociación liderada por Brito hasta pocos meses antes de ser elegido consejero, Acción en Red Canarias, ha recibido, ya con el flamante heraldo de Sí se Puede como vicepresidente de la corporación, subvenciones de decenas de miles de euros. Pueden dedicar ustedes la tarde para intentar justificar estos comportamientos. No lo conseguirán. Verán, la matriz moral de semejantes indecencias admite reconocer que se trata de comportamientos reprobables, pero que, al fin y al cabo, están justificados por una buena causa. Si lo hacen las derechas (o los corruptos) para sus innobles fines, ¿por qué no hacerlo para procurar el bien, un objetivo que coincide con que sigamos gobernando?
En el libro El Flaco, en el que el escritor argentino José Pablo Feinmann recoge conversaciones con Néstor Kirchner en su etapa presidencial, el líder peronista le cuenta que, para ganar unas elecciones, debe corromper a un intendente del interior del país. “Por suerte podemos convencerlo y no saldrá muy caro pero…¿imaginás lo que pensarían las almas bellas del partido si se enterasen que hacemos esto?” Feinmann asiente, asiente profusamente. Porque no es la izquierda quien habla, sino el poder, y el poder es inapelable y tiene como primer objetivo u autoreproducción. Fruslerías Morales: qué eslogan para las próximas elecciones, qué nombre para una mercería de bisutería ideológica.

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La culpa fue del chachachá

Las fuerzas de la derecha caen arrolladas por la Historia – o eso ocurría antes – pero cuando tiemblan y se desmoronan las fuerzas del progreso la culpa es siempre del chachachá. Puede comprobarse en la larga y decadente crisis del PSOE o en la más reciente y localizada de Podemos Canarias, donde los numerosos fulanismos y facciones en juego están dispuestos a arrancarse los ojos. En Tenerife es distinto, porque allí, en realidad, quien se quedó con las bendiciones de los dirigentes nacionales de Podemos fueron los pibes y pibas de Sí se puede, con lo que la cohesión y la coherencia devienen mayores. Sí se puede – fue en realidad una lotería prodigiosa que nadie se esperaba y que les ha servido para encaramarse en las instituciones — funciona como una próspera franquicia de Podemos, ahora con la amistad desinteresada de Izquierda Unida o del sector de IU que no siente la tentación de enterrarlos vivos. En Gran Canaria es distinto. En Gran Canaria Podemos se materializó como un agregado de organizaciones diminutas y agorafóbicas, de venerados figurones de la izquierda local en tránsito de momificación, de activistas del ecologismo y los derechos sociales, de nuevos líderes de los círculos deliberantes y empoderantes, de rutilantes estrellas fugaces y de los cien hijos sindicalistas de Mery Pita, quien recibió la púrpura con el aval de Pablo Iglesias y desde entonces no se la quitado ni para enjabonarse.
–¿Lo güeles, Brito? Es el olor a Pablo. No me la pienso quitar.
–Aaaaagg. Yo soy socialdemócrata. Tú apestas a revolución de octubre, carcamal.
— No pasa nada.
— Claro que pasa. Algo pasa con Mery.
Lo del chachachá es el nombre que recibe en la jerga ontológica de Podemos en particular y la izquierda española en general la nada. Todo un sistema semántico que ya incapaz de describir fehacientemente la realidad y que se reduce a apalabrar una épica de chichinabo. Examinemos, si le parece bien, el texto de un reciente artículo firmado por José de León Hernández (Pepe el Uruguayo) que es un ejemplo perfecto de vacío chachacharesco. Primero esta la descripción de la situación política como un “saqueo institucionalizado” y “unas reglas democráticas secuestradas”. Ah, menos mal que ahí siempre está el pueblo, para luchar tesoneramente contra la maldad, porque ya se sabe que el pueblo unido jamás será vencido. Por supuesto, esto no es una democracia, siquiera enferma, descoyuntada o parasitada, sino un régimen criminal que, extrañamente, permite en tres años a una fuerza política recién nacida cogobernar el Cabildo de Gran Canaria o el ayuntamiento de Las Palmas. Todo iría bien, por supuesto, si se dejase el partido en manos de la gente, gente ingente como Hernández cabe suponer, pero no es así, y si no fuera por Pita y sus secuaces, la organización de Podemos fulgiría como un ejemplo magnífico de fuerza pujante y participativa capaz de transformar la realidad. No es la naturaleza aspiracional y organizativa del proyecto y el descarado proceso de cooptación ejercido en su momento por Pablo Iglesias y sus cuates lo que lleva a Podemos a una crisis asfixiante en Gran Canarias sino, como suele ocurrir, un ser aislado y maligno que no quiere a nadie. En Podemos en Gran Canaria se vive la enésima representación del canibalismo de unas izquierdas autoreferenciales que se matan por un punto y coma en un manifiesto o por dos asesores no compartidos en una administración pública.  Ah, el eterno chachachá de la izquierda. Ese chachachá que lleva a dirigentes y familias, como recordaba Gabinete Caligari, a ser caraduras (una y otra vez) por la más pura casualidad.

 

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Errejón ya es de todos

En efecto, hace algunas horas varios centenares de ciudadanos corearon con Iñigo Errejón en Santa Cruz de Tenerife: “¡Sí-se- puede, sí-se-puede!”. Lo relevante estaba en el grito eucarístico, naturalmente, no en lo que pudiera o no pudiera hacerse. Para entender esto último, sin embargo, el discurso de Errejón estuvo lo suficientemente claro. Más de uno (y de una docena) de militantes de Podemos y de cuadros de Sí se Puede se quedaron ligeramente transpuestos cuando Errejón – un magnífico orador, por cierto, y no solo un brillante estratega electoral y un solvente politólogo – explicó que el Régimen Económico y Fiscal de Canarias estaba francamente bien pensando, aunque fue necesario, en su desarrollo, vincularlo más a la creación de puestos de trabajo y menos a la extracción de rentas. Pero, ¿cómo?  ¿La sabiduría tradicional de la izquierda canaria – la izquierda de verdad, no los jodidos socialdemócratas del PSOE — no había identificado siempre el REF con un maligno instrumento construido a imagen y semejanza de las muy chupópteras oligarquías locales? Más incomprensible para los corazones sisepuedinos resultó todavía que Errejón afirmara que Podemos está dispuesta a dialogar y pactar con cualquiera, incluso con Coalición Canaria, aunque desde el escepticismo más profundo sobre la fructificación de cualquier acuerdo. Me gustaría haber visto el rostro de Rubens Ascanio y otros mártires de la santa cruzada anticoalicionera.  Errejón ya no es de la revolución. Errejón –como cualquier rotonda para girar a derecha, a izquierda o en círculo– ya es de todos.
El secretario de Política y Estrategia de Podemos ofreció en Canarias, en definitiva, el nuevo rostro moderado, flexible y pactista del partido, esa transformación estratégica y programática que él mismo ha impulsado en el seno de la dirección con la anuencia de Pablo Iglesias y que, entre otros efectos, propició el abandono de José Carlos Monedero de cualquier cargo orgánico. Un Podemos más o menos socialdemocratizado que ha apartado definitivamente (¿definitivamente?) objetivos y pautas como la apertura de un proceso constituyente, la estatalización de bancos y medios de producción o la renta básica universal bajo la obsesión por el voto céntrico, centrista y centrado de las clases medias urbanas. Rodeado de banderas y pancartas reivindicativas de gentes que renunciaban a entender la nueva letra y se refugiaban en la fanfarria de la vieja música no sé si era Errejón o eran los militantes de Podemos y Sí se puede los que salían más desenfocados en la foto. Los abrazos, las palmaditas y las poses estaban perfumadas por ese incienso de las grandes ocasiones históricas que las izquierdas usan como si fuera Varón Dandy.  Los mítines de Errejón fueron un breve pero intenso festival de disonancia cognitiva, esperanza zahorí y buenas intenciones.

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