Supersticiones

Vírgenes

Últimamente las vírgenes no paran. Me refiero a las tallas policromadas que son objeto de veneración por más o menos fieles católicos en ciudades, pueblos y pedanías. Las vírgenes suben y bajan, bajan y suben, son transportadas por mar entre gritos de náufragos de cariño o acompañadas por bailarines incansables que aparentan padecer el mal de San Vito, y escoltan su rumbo presidentes del Gobierno, alcaldes, vacas, burras, carromatos, bueyes babeantes, adolescentes colocados, familias sudorosas y sonrientes, concejales henchidos de orgullo y satisfacción, cabras, cerdos, palmas, barricas de vino, platos de carne fiesta y moscas, abuelas supervivientes de romerías neolíticas, bandas de músicos sordos,  soles inclementes, policías municipales y guardias civiles, pirotécnicos, cámaras de televisión, curas, más curas, todavía más curas. El fenómeno exige ya que los medios de comunicación (a ver cuando espabilamos) establezcan una sección propia. Algo así como Vírgenes: las esperamos en la bajadita. La televisión autonómica canaria está a punto de hacerlo. A sus servicios informativos no se les escapa una virgen (reléase la definición de la segunda línea) y son capaces de emitir durante horas mientras una voz nasal describe, con apasionada redundancia, lo que el espectador, si no se ha dormido, está viendo en esos momentos.
La creciente popularidad de expresiones mariolátricas tiene, desde luego,  un componente económico. Las autoridades herreñas han solicitado al Obispado que la bajada de la Virgen de los Reyes se repita frecuentemente, porque resultó un magnífico negocio para la Isla. Cuentan que Alpidio Armas, llevado por su patriotismo quesadillero, es muy capaz de encadenarse al santuario hasta que los monseñores consientan en que la imagen recorra la isla trimestralmente:
–Hombre, si la Virgen está ahí, tan bonita ella, y la Dehesa y Valverde no se van a mover, digo yo, y todos tenemos que arrimar el hombro, y si no habría que pensar si los herreños, siempre tan maltratados, no estarían más cómodos en otra confesión religiosa….
Con un cuarto de millón de parados para el próximo lustro las bajas y subidas de las vírgenes, tan emocionantes como el zigzagueo de la prima de riesgo, pueden convertirnos en una potencia internacional en materia de veneración religiosa. El objetivo último debiera ser fusionar superstición, deporte y parranda, con pruebas como carreras de obstáculos para los bailarines en El Hierro, waterpolo con el manto en el Puerto de la Cruz o lanzamiento de tronos en La Orotava. La cultura canaria será también sincrética en el siglo XXI o no será.

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Seudociencias

Solo cabe agradecer al Aula Cultural de Divulgación Científica de la Universidad de La Laguna que haya denunciado el curso sobre una de las patrañas más grotescas en el floreciente jardín de las seudociencias, la programación neurolingüística, que ha sido ofertado por la Fundación Empresa Universidad de La Laguna. La programación neurolingüística es un timo, un timo muy suculento para sus perpetradores, y carece de cualquier base científica que merezca tal nombre, como puede confirmar el curioso en cualquier publicación académica rigurosa. Más allá de su incongruencia teórica – ese zurcido penoso de doctrinas y modelos aderezados por una jerga tecnicoide a medio camino entre Star Trek y Chiquito de la Calzada – cualquier persona debe desconfiar de sujetos que le garantizan ser felices y comer perdices en diez fáciles (o difíciles) sesiones. Los hechiceros de la programación neurolingüística sostienen que el camino a la satisfacción interna y el éxito público se consigue controlándose a sí mismo y controlando a los demás. Es un punto de partida moral no solo obviamente ineficiente, sino bastante miserable.

Todavía recuerda uno con sonrojo cómo el actual presidente del Gobierno de Canarias admitió inaugurar un congresillo de homeópatas en Tenerife, sin reparar, al parecer, que era sustancialmente lo mismo que bendecir con su presencia un seminario de tarotistas. Durante décadas todas las supercherías seudocientíficas y esotéricas imaginables han disfrutado en el Archipiélago de una prodigiosa simpatía institucional y administrativa: curanderos, adivinos, astrólogos, espiritistas, ufólogos, homeópatas y demás hierbas alucinógenas obtuvieron apoyo de las administraciones públicas. Se les han cedido tradicionalmente salones por la ya extinta CajaCanarias o por la Casa de la Cultura de Santa Cruz de Tenerife. Todavía el Cabildo de La Palma les suelta perras al denominado Grupo Espírita que organiza unas Jornadas de Integración Humana bajo un lema tan indiscutible como “somos espíritus con cuerpo, no cuerpos con espíritu” con el que se pretende describir, en realidad, a varios cientos de kilos de carne bautizada que se reúnen a costa del erario público. La descalificación de estos mercachifles desvergonzados y la denuncia desmistificación de las seudociencias no es una actividad marginal e irrelevante: forma parte de la lucha obligatoria contra la estupidez, el miedo, el oscurantismo y la represión de la inteligencia crítica.

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Homeopatía

Si un presidente del Gobierno acudiera a unas Jornadas sobre Chamanismo Cósmico y no se limitara a saludar atentamente a los brujos presentes, sino que en una vibrante intervención jaleara el “trabajo y el espíritu inconformista” de los chamanes, la prudencia más elemental aconsejaría llamar a los servicios sanitarios más cercanos. Ah, pero la realidad siempre supera a la ficción, con tal que se trate de una realidad rentable, por supuesto. Por eso el pasado fin de semana el jefe del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, clausuró las Jornadas Conmemorativas del XXV Aniversario de la Homeopatía en Canarias, y al término de su discursos no se escucharon ambulancia ululantes ni aparecieron señores envueltos en batas blancas, sino que estalló un amplio y rendido aplauso.
La homeopatía es pura charlatanería seudocientífica: carece de pruebas empíricas sólidas y sus puerilidades teóricas solo pueden producir hilaridad. Para los homeópatas las patologías derivan de desequilibrios espirituales y su práctica curativa se basa en una estúpida patraña que llaman “ley de similitud”: lo similar se cura con lo similar. Estos diligentes estafadores se dedican a diluir en agua, en proporciones variadamente insignificantes, sus encantadoras sustancias curativas, en las que no se encuentra ningún ingrediente químicamente activo. Las disoluciones se repiten una y otra vez, se agita el frasco con brío y donaire y ya está preparado el mejunje salvador que libera de enfermedades agudas y crónicas. Por supuesto que se trata solamente de agua, un agua más o menos turbia o coloreada, a la que los especialistas agregan a veces un pizco de sacarosa para darle sabor. En el mejor de los casos estas pócimas actúan, simplemente, como consoladores placebos.
Si jornadas y congresos como estos se celebran en los colegios de médicos – así ocurrió hace una semana en Canarias – es porque la homeopatía se ha transformado en un saneado negocio en los últimos treinta años, que en España, solo en España, mueve varios cientos de millones de euros. Y nuestros ilustres galenos colegiados no se resisten a la tentación de sacar su correspondiente tajada. La homeopatía, señor presidente, no es una estrategia terapéutica alternativa a las ciencias médicas: surgió históricamente en los primeros años del siglo XIX como reacción aguachirlesca (y nunca mejor dicho) a la medicina precientífica y todos sus presupuestos están empapados en una concepción fantasiosa de las relaciones del ser humano con su entorno. Flaco favor prestan al rigor científico y al bienestar social políticos y científicos al celebrar astracanadas en la que se exalta la ignorancia y se avala esa mezquindad atroz de ofrecer falsas esperanza y alivios a los que sufren.

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