tauromaquia

Toros ultraperiféricos

Cada vez que se recuerda el escasísimo arraigo histórico de la fiesta de los toros en Canarias siempre recuerda alguien –un aficionado, por supuesto –  los impresionantes llenos de las tres plazas y media abiertas en las islas, la visita de grandes figuras de la tauromaquia, el sacrificio trasatlántico de los heroicos empresarios ganaderos o hasta la trayectoria de una docena de matadores de toros y novillos nacidos en estos peñascos. Incluso se registra el caso de un gomero vestido de luces, mucho antes, por supuesto, de la llegada de Casimiro Curbelo y de las orquestas pachangueras, capaces de destruir cualquier vocación artística independiente.  Lo cierto es que aquí –como en cualquier parte –puede encontrarse antecedentes para todo: personajes involucrados en golpes de Estado, espadones, asesinos múltiples, un novelista excepcional, un químico con el Premio Príncipe de Asturias, un Charlot carnavalero o (no sé si las he citado ya) decenas, quizás centenares de orquestas de pachanga. No se me antoja un argumento muy sólido citar algún que otro matador de toros atribulado por los morlacos y la magua para avalar una hipotética tradición taurina en Canarias.
Los dirigentes del PP, que deben disponer de mucho tiempo libre pero que sobre todo practican una devoción irrestricta a los argumentarios que se expiden desde la calle Génova, se han manifestado a favor de la derogación de la normativa que prohíbe la fiesta de los toros en esta Comunidad autonómica. Parecen expresar una posición de principios. Se trata de la fiesta nacional. Pero lo de la fiesta nacional  se inventó, en fin, en el siglo XIX, cuando primero los liberales y luego los conservadores realizaron un meritorio esfuerzo por la nacionalización unificadora de símbolos y festividades propia de un Estado moderno. Al PP canario ni siquiera se le ha ocurrido, siguiendo la actual moda parlamentaria, presentar una moción para que, una vez legalizadas de nuevo las corridas,  los restos del animal sean diligentemente recogidos y distribuidos entre las ONG. Lo cierto es que la fiesta taurina languidece en todas partes y si alguien quiere disfrutar de sus dulzuras quizás lo más pertinente es que pague semejante lujo y se desplace por sus propios medios a la Península. Aquí no existe interés público ni condiciones económicas y comerciales para su explotación. Particularmente me desagradan mucho las corridas de toros. Y no por una especial lástima hacia los animalitos, sino por la estúpida, inocente crueldad de sus matadores. O como mejor dijo el maestro Sánchez Ferlosio: “Mi ferviente deseo de que los toros desaparezcan de una vez no es por compasión de los animales, sino por vergüenza de los hombres”.

Publicado el por Alfonso González Jerez en Retiro lo escrito ¿Qué opinas?