Desde un punto de vista jurídico es más que discutible que el ayuntamiento de La Laguna pueda impedir la entrada de “menores de edad” en la zona del Cuadrilátero. Es una medida extraña, como ese anuncio del alcalde de pedir que se inspeccione su casa para comprobar que en su domicilio no se ha cometido ninguna irregularidad urbanística. Pero es que no se les ha ocurrido nada más por el momento. Imagino que ponerles una cruz a los transeúntes menores de edad será para protegerlos de las hordas de sexagenarios que siembran el horror en el centro de La Laguna. Como si las peleas y broncas solo las protagonizaran los que no han cumplido los 18 años. Por supuesto los responsables del gobierno municipal han pedido apoyo –de nuevo — a la Subdelegación del Gobierno para montar otra vez el dispositivo policial que operó durante algunos meses el año pasado.
Que no crea el lector que la locución “dispositivo policial” alude a algo equiparable a las unidades blindadas del general Montgomery en el Norte de África. Es un modesto operativo en el que participan Policía Nacional y Policía Local y que se activaba especialmente las noches de viernes y sábados y otras fiestas de apalear. Lo extraordinario no es esta colaboración, sino la situación habitual del municipio, donde ha devenido casi milagroso descubrir un agente de la policía local después de caer la noche. La política de seguridad ciudadana que impera en las ciudades canarias se suele reducir a esperar que pase algo, y cuando pasa, se le saluda, y si la cosa persiste testarudamente, pues vamos a ver (arrastrando los pies) si se puede hacer algo al respecto. A pesar de recientes o inminentes crecimientos de plantilla, la infradotación policial es todavía común en toda el área metropolitana tinerfeña. Las broncas juveniles, cada vez más frecuentes, brotan en La Laguna, en Las Palmas, en Santa Cruz. Concretamente el municipio de San Cristóbal de La Laguna dispone de más de cien kilómetros cuadrados, y necesitaría, al menos, un centenar más de agentes policiales por su población y su extensión para garantizar su eficacia y eficiencia operativa. Y también superar la hedionda guerra de guerrillas que periódicamente emprenden los sindicatos policiales contra los gobiernos municipales de todo signo político, por lo general por razones crematísticas.
A los que han presenciado los altercados en el Cuadrilátero les sorprende inmediatamente cierto democratismo entre los participantes, porque aunque obviamente esté presente un porcentaje apreciable de lajas y colgados, no puede obviarse que la mayoría de los que intervienen en las grandes broncas son chicos bien vestidos y con bambas de cerca de 100 euracos. Pibes y pibas: el pasado sábado, sin ir más lejos, varios grupos de chicas se hostiaban entre sí con un entusiasmo que ya quisiera el señor obispo. Es una violencia interclasista que en realidad hegemonizan adolescentes y jóvenes de la alicaída mesocracia isleña. Ni siquiera saben pegarse, aunque se puedan hacer daño, hasta que algún mamón saque un arma blanca y ocurra algo irreparable. Por su extensión, su frecuencia y su virulencia las explicaciones que insisten en describir estos enfrentamientos como gamberradas niños malcriados entre algodones solo evidencian ignorancia y simplonería. Supone una negativa a reconocer un problema grave y complejo – un hondo malestar y perturbación que afecta a muchos miles de jóvenes canarios y nadie parece tomarse en serio.