Venga, a sacar todos las facturas y los extractos de las cuentas corrientes. El último que lo haga se llevará un totoyazo por lamebotas del régimen. Totoyo Millares le ha sacado el cuero a Benito Cabrera, el timplista de cámara del nacionalinsularismo, y como dice un amigo, su artículo está muy bien hasta el tercer párrafo, donde su alma vibra como las cuerdas del timple para recordar y qué hay de lo mío. Bueno, entre lo suyo está algún disco generosamente subvencionado, qué le vamos a hacer. A mí no me parece mal que Millares recuerde las magníficas relaciones que Cabrera ha sabido tejer con las administraciones públicas canarias, y en particular con el Gobierno autónomo, que no desdicen para nada su talento como buen instrumentista y compositor ingenioso, desde sus ya lejanos tiempos enla Asociación Folkórica Universitaria. Lo que no entiendo es la imperiosa necesidad del maestro Millares de espetarlo ahora mismo entre temblores de indignación. Afirma el músico grancanario que está en desacuerdo con los aniquilantes recortes presupuestarios dela Viceconsejería de Cultura y Deportes, pero para mostrar su serena disconformidad solo utiliza dos lacónicas líneas.
Uno de los efectos del pernicioso modelo de gestión impuesto por la Viceconsejeríade Cultura y Deportes apunta, precisamente, a su maligna capacidad para seguir dividiendo a la comunidad de empresarios y creadores incluso más allá de su desaparición. Y así es imposible articular una propuesta alternativa, demandar diálogo, reclamar solidaridades, compartir un diagnóstico riguroso, realista y coherente. Los mayores beneficiarios de las subvenciones y patrocinios públicos despiertan desconfianzas entre los más modestos. Los empresarios y emprendedores más jóvenes exasperan con sus tarascadas, ingenuidades o resignaciones los que cuentan con mayor experiencia. Y la sociedad civil observa con desconfianza, cuando no con una sonrisa resentida, todo este proceso agónico –y lo que vendrá – en la errónea convicción de que lo único que se acaba es la sopaboba conventual de docena y media de haraganes incrustados en los presupuestos públicos. Este es también el resultado de un método de gestión que tenía entre sus principios arrogarse la titularidad de la legitimación cultural y mimetizar una praxis cuyas pautas discursivas y económicas estaban más inspiradas en Francia o Cataluña que en la realidad canaria y sus miserias empresariales, intelectuales y simbólicas. Y mientras crece la algarabía, se arrojan contratos a la cara y se acuchillan gallardamente los afectados el Gobierno, complacido, guarda silencio.