Lleva días esperándome en la puerta. No digo que sea agradable, pero se las arregla para no ser antipático. Lo primero que hace, por supuesto, es sonreír y estrecharme la mano:
–Buenos, días, amigo. Y mejores días que vendrán en el futuro sin duda alguna. ¿Ha notado usted que la gente es, por lo general, sorprendentemente incrédula respecto a su buena suerte? Permítame, permítame un momento acompañarlo en este hermoso amanecer…Pues puede parecer raro, oiga, pero es así. A la gente la buena suerte le pone nerviosa. Eso sin contar con la gente, que también la hay, a la que la buena suerte despierta todo tipo de torturantes desconfianzas y dudas postizas… ¿Ah, quiere tomarse un café? ¿No le importará si le invito?
–Imagino que no tiene usted nada mejor que hacer – mascullo.
–¿Yo? Pero si estoy encantado por este fortuito encuentro…
–Lleva usted en la puerta de mi casa a las siete de la mañana desde hace quince días. No le deben pagar mal, no.
–No me quejo. ¿Por qué quejarse de la buena suerte? ¿Por qué fruncir el ceño ante un fenomenal golpe de fortuna? ¿Medio de pata? ¿Un crosán?
–Sólo café. Pepe, cóbrate aquí.
–Permítame…
–De ninguna manera.
–Si usted sabe que es inevitable. No me decepcione usted, que es hombre inteligente, dialogante y realista.
–¿Está seguro?
–Por supuesto. Tenemos informes. Oh, no ponga esa cara. Gracias a internet se sabe todo de todos hoy en día.
–¿Y de ustedes?
–Por supuesto. Nosotros somos los que somos. Nuestra transparencia es completa. Mire, se lo diré con claridad: 25.000. Serán 25.000 puestos de trabajo directos los que genere la explotación de las reservas petrolíferas. Y otros tantos indirectos, por lo menos. Estas islas vivirán una formidable reconversión económica, industrial y tecnológica. ¿Quiere usted quedarse atrás?
–Es mi sitio favorito.
–Vamos, vamos, seguro que hay algo. Un sueño no cumplido. ¿Qué es el petróleo?, se preguntará usted. Pues es eso. El material con el que se fabrican los sueños. No imagina usted lo infinitamente moldeable que es. Puede adoptar cualquier forma, cualquier color, cualquier volumen, cualquier espíritu. Y la resistencia es inútil, créame. Se lo digo con el corazón en la mano y un ministro en la otra.
–Bueno – musité –. Hay algo…Sí, pudieran conseguirlo, yo…En fin… Si fuera posible…
–Diga, diga – y le brillaron los ojos entrecerrados
–Una columna en El Día…
Me miró largamente y cabeceó con tristeza y dijo:
–Oiga, que solo somos la primera empresa multinacional de este país…