Mientras el Gobierno de Mariano Rajoy rueda por el abismo de la inoperancia más estúpida y se cubre de un ridículo internacional, el señor Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia, sigue a lo suyo. Hace años algunos despistados consideraban al señor Ruiz-Gallardón el ala progresista unipersonal del Partido Popular, pero en el PP, aunque se admitan conversos de vez en cuando, hijos de buena familia que se distrajeron leyendo a Althusser en pleno fervor hormonal, pero que volvieron al aprisco purgados de toda culpa, en el PP, digo, no han existido progresistas jamás. Un progresista en el PP es como una piraña vegetariana: una contradictio in adiecto. El señor Ruiz Gallardón se ganó su hipotético progresismo evitando parecer demasiado meapilas, eludiendo cualquier pronunciamiento demasiado ideológico, y su contraste con el populismo chulapo, rojigualdo y anarcocapitalista de Esperanza Aguirre hizo el resto. Ahora le ha tocado, como ministro de Justicia, un papel involucionista al que se ha adaptado plena y gozosamente. El Gobierno conservador no tiene demasiadas alegrías que repartir entre la mesocracia que le votó mayoritariamente el año pasado, pero al menos puede dar satisfacción ideológica y doctrinal a una parte sustancial de su electorado, el más derechista y nacionalcatólico, y en esta misión pone Ruiz-Gallardón todos sus esfuerzos y desvelos.
Sin embargo, el ministro de Justicia se está quedando corto. Sinceramente. Está muy bien suprimir las deformaciones y minusvalías detectables del feto o el cigoto como causa para abortar, porque el sufrimiento inocente e inacabable es prenda segura de vida eterna, pero no se entiende muy bien por qué no se excluye, igualmente, la inviabilidad del mismo. Pongamos un feto que no pueda sobrevivir en el exterior más que unas horas, incluso unos minutos. Si se defiende tan ardientemente el derecho a nacer, ¿por qué se les niega cruelmente el derecho a morir? ¿No les asiste a los padres la potestad de que el feto reciba la extremaunción y el perdón por sus pecados intrauterinos? Desde un sano espíritu demócrata y cristiano, solo cabe rechazar que la circunstancia menor de no haber nacido vulnere tu condición de ciudadano. Cualquier modificación normativa debe recoger para el feto o el cigoto todos los derechos cívicos, sin que valga la excusa de que todavía no ha nacido, porque, como bien explicó el señor Ruiz-Gallardón, siguiendo los criterios científicos de Carmen Sevilla, los fetos son personitas que todavía no han tenido tiempo de afiliarse al Real Madrid o a sacarse un abono en el Teatro de la Ópera. No hay ningún artículo en la Constitución que establezca que no haber nacido constituya un obstáculo para ejercer el voto, por ejemplo. Los fetos no han tenido tiempo de leer nada, ni siquiera la prensa extranjera o el BOE, y no existe riesgo, por tanto, de que se inclinen por el PSOE, IU o UPD. Ruiz-Gallardón tiene una ocasión excepcional para avergonzar moralmente al resto de Europa y, al mismo tiempo, ampliar la base electoral del Partido Popular. Quiera Dios que la aproveche.