Las primeras horas de transmisión de la erupción volcánica en La Palma por la Televisión Canaria fueron terribles, pero pronto se activaron las jerarquías, la disciplina, la profesionalidad y el pundonor y la cadena autonómica comenzó a ofrecer la mejor cobertura del cataclismo, la mejor versión de sí misma. Y lo sigue haciendo. Ahora mismo es imbatible y me parece improbable que nadie la descabalgue en el futuro. Y aunque por supuesto se han producido errores, despistes y torpezas sus redactores y técnicos han conseguido informar desde la consternación, pero generalmente también desde el respeto. Lamentablemente no solo los magazines rosáceos y las estrellitas madrileñas han mostrado un concepto diarreico del periodismo. Yo sospecho que es la poca costumbre. De repente pasa algo (y se da permiso a que pase) y ya no sabemos cómo portarnos. Como si un trueno hubiera desordenado la siesta obligándonos a mirar por la ventana. Vaya, por primera vez – creen muchos pibitos – pasa algo allá afuera. Y salen a la calle buscando amor, como la malcasada de la canción de José Luis Perales. Un periodista, por supuesto, no sale a buscar un amor, sino una noticia. Prohibido enamorarse de ella. Sobre todo prohibido enamorarse de uno mismo a través de ella. Como norma general, cuanto menos hable un periodista de sí mismo y de sus emociones al cubrir una noticia (por ejemplo, una erupción volcánica) con más atención hay que seguirlo.
Cabe esperar que los medios muestren un interés similar en la reconstrucción de la zona devastada cuando termine la erupción. La experiencia de la opinión pública proyecta nerviosismo, insatisfacción, cansancio. ¿Qué más puede ocurrir? Desde un punto de vista vulcanológico no puede saberse con precisión. Desde un punto de vista económico un destrozo por valor (probablemente) de cientos de millones de euros. Pero los disgustos y convulsiones continuarán. Las élites políticas (y por supuesto los medios) se han negado por aquí a aceptar una obviedad: muchas cosas acabaron en 2008. Cuando llegó la pandemia un montón de ruinas, desajustes y fracasos no se habían superado del todo. El globalismo se ha hundido. Para salir del impacto económico de la pandemia la Unión Europea ha decidido endeudarse fiándolo todo a una recuperación rápida para volver aún más rápidamente a medidas de contención del gasto. España puede seguir pagando pensiones y servicios públicos porque el Banco Central Europeo adquiere hasta el último céntimo de deuda pública que emite. Las dificultades de Canarias para diversificar su economía con un 20% de desempleo son amplias y complejas, pero no debe olvidarse que el turismo de masas está amenazado por la crisis económica, por las restricciones energéticas que impondrán las políticas contra el cambio climático, por nuevos brotes epidémicos en el futuro. La diversificación económica, en un horizonte de veinte años, no es la opción más inteligente. Es la opción para sobrevivir.
El futuro inmediato no va a ser fácil ni indoloro y me temo que varias generaciones no vivirán mejor que nosotros sino, probablemente, peor. Especialmente si no se desarrollan las reformas que deben emprenderse y que no son únicamente las que impone la UE. Y para eso debe haber un acuerdo básico sobre el proyecto de país, un proyecto consensuado de reformas y liberalización económica, de potenciación de los servicios sociales pero sobre todo de una gran inversión pública en educación y formación profesional, un proyecto de aliento canarista desde una perspectiva federal de España y la UE. Si no se admite la situación real, si no despega ese consenso de proyecto básico regional o nacional, los volcanes podrán carbonizarnos casas y haciendas, pero no serán nuestro peor problema.